La Imaginación surge del vacío, según entiendo, dice Peter Brook en La Puerta Abierta (Alianza, Barcelona, 1995).
Me da vueltas la cabeza buscando cómo hacer para que mis estudiantes encuentren sus propios vacíos y resurja en ellos la imaginación. En la televisión y el cine casi no existen. En esta nueva forma de hacer que la realidad se parezca más a los medios, cosa que antes era al revés, la mente y el espíritu de los actores está en un constante intercambio de ideas, de ruidos, de imágenes, que pocas veces, o casi nunca, les permite estar en silencio, crear vacíos. Igual que los espectadores, estos actores son pasivos. No hay necesidad de imaginar nada.
Una forma de llevarlos al pensamiento artístico es mediante la observación de las artes. Pero ahí me encuentro otra vez con el problema... ¿Cómo observan las artes las nuevas generaciones?
No voy a negar el uso del internet, de los smartphones, de las tablets, como formas en que las personas establecen sus vínculos con el mundo. La cuestión es tratar de permear los medios de arte, de cualquier cosa que parezca arte. Como dice Elliot Eisner, ver el mundo desde una perspectiva estética. Esto incluye a las redes sociales.
Entonces, ¿en dónde podemos crear los vacíos necesarios para que la imaginación se desarrolle?
Paradójicamente, este nuevo establishment de redes sociales se nutre precisamente de uno de los mayores vacíos: la soledad.
Para entrar a las redes sociales hay que estar solo. Nunca se comparte la pantalla con alguien más. La interfaz es sólo nuestra. Los posts son nuestros vínculos con los demás. Y entonces es ahí donde empieza a funcionar la cosa. Es una carrera infinita para ver quién aporta algo realmente diferente, original, fuera de todo contexto, asombroso. Diariamente se cuelgan millones de posts que intentan desbancar en creatividad a los del día anterior. Y cuando cerramos el ordenador nos damos cuenta del enorme vacío que encierran nuestras acciones y nuestros clicks.
Es cierto. La creatividad está ahi, flotando en el ciberespacio.
La cuestión es resolver los vacíos, hacerlos conscientes, reclamarlos como nuestros, aquilatarlos, cuidarlos, y después de todo, reinventarlos.
Una dosis de ruido de internet de dos horas debería ser contrapesada con cuatro horas de caminata, lectura, café, charla frente a frente, meditación, cine, y por supuesto, una buena experiencia estética. Comer algo delicioso, abrazar a alguien con afecto, discutir de política o de religión, jugar con un niño, dibujar la música, etc.
Pero mientras el vacío no obtenga su merecido aprecio y sigamos inmersos en la vorágine del ruido auditivo y visual, cualquier intento por ver el fondo de los ojos de Dios, ahí donde se crea el arte, es en vano.
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