Andemos con cuidado.
Jorge Eines dice, aunque no fue el primero en afirmarlo, que todo lo que el actor hace en escena es acción. Hablar es una de esas acciones. Escuchar, entonces, es otra.
Así como nos podemos entrenar en el hablar, debemos entrenarnos en el escuchar. Escuchar está en el entorno más profundo de la conciencia y la observación.
El actor debe escuchar incluso cuando el personaje no lo hace. Permite estar en todas partes. El actor que obvia lo que escucha, que solamente oye, no tiene contexto para crear reacciones sobre las acciones consecuentes, ni sobre las propias y mucho menos sobre las acciones de los otros personajes.
Pero escuchar va más allá de las palabras de los personajes. Debe escuchar desde el interior lo que sucede en todo el foro, en el público, fuera del escenario; estar presente en la conciencia para los percibir las imponderables y preciosas reacciones que puede producir en el espectador.
Para escuchar el actor debe relajarse lo suficiente para saber qué produce cada uno de los sonidos que percibe. La capacidad del cerebro para diferenciar los sonidos es ilimitada. Pero casi siempre discriminamos lo que oímos y casi siempre desechamos lo que no queremos escuchar. El actor en escena no debe darse esos lujos.
Tomarse un momento del día para escuchar, ya sea a otra persona o a uno mismo; escuchar música o los ruidos de la ciudad que se cuelan por la ventana; debería ser un ejercicio recurrente en la formación. Escuchar la respiración de alguien, por ejemplo, cuando está feliz y también cuando tiene miedo.
Percibir el mundo a través de la escucha puede mostrarnos otro nivel de entendimiento de las cosas, del conflicto y de las aventuras cotidianas.