lunes, mayo 07, 2007

Domingo 6 de Mayo
Zócalo de la Ciudad de México
Voluntad y disposición

Me invitaron a participar como voluntario en la organización para las famosas fotografías que hizo Spencer Tunick en el Zócalo de la Ciudad de México. El Museo Universitario de Ciencias y Artes, la Secretaría de Cultura y la Fundación Murrieta, con el apoyo de la Secretaría de Seguridad Pública, fueron las encargadas de la logística, aunque el MUCA fue quien aportó la mayoría de los elementos.

El sábado 5 de mayo nos reunimos en el audiorio del MUCA para recibir instrucciones. Los colaboradores de Tunick estaban seguros de que todo iba a salir muy bien, mientras que algunos voluntarios nos mostramos preocupados, sobre todo porque sabemos de qué puede ser capaz el mexicano ante algunos eventos. Incluso se mencionó a un conductor de un programa de televisa, Facundo, que había amenazado con entrar y realizar algún acto provocativo, en un afán de exhibicionismo, tan suyo.
En ese momento, en la lista original de voluntarios convocados se notaban muchas ausencias, de manera que tuvieron que ser reemplazados por otras personas; afortunadamente quién sabe de dónde salieron estos otros, porque, en mi opinión, hicieron falta unos 50 voluntarios más para cubrir las necesidades del evento.

El domingo 6 de mayo llegué al Zócalo a las tres de la mañana. Entré por la calle de 5 de mayo junto con otros cuatro compañeros que no conocía personalmente. Los policías que resguardaban esa calle no querían dejarnos entrar, pero finalmente accedieron al ver las camisetas que portábamos, que eran el único distintivo para la gente que participaría en la organización. Estabámos citados a esa hora para tener una breve charla con los miembros de la Secretaría de Seguridad Pública del D.F. sobre cómo se desarrollaría el evento y qué teníamos que hacer ante cualquier problema. No hubo tal junta y no supe por qué. A las tres y media de la mañana nos ordenaron ubicarnos en posición para cumplir con las tareas encomendadas.
A mí me tocó estar en la entrada de la calle 16 de septiembre, ayudando a entrar a la gente, pidiéndoles que tuvieran a la mano su registro, haciendo un primer filtro para evitar que entraran personas en evidente estado de ebriedad, niños (después me enteré que algunos entraron) o quienes no tuvieran su hoja de inscripción firmada.

Uno de los principales problemas a los que se enfrentó la organización, y que ocasionó los únicos actos violentos del día, fué que los oficiales que estaban en el retén en esta calle, 16 de septiembre, no tenían la orden para abrir el acceso. Y aunque todos tratamos de convencerlos de que abrieran (incluso asistentes directos de Spencer llegaron hasta allá para hablar con los oficiales) ellos tenían que recibir la orden de un mando superior. Pasaron más de cuarenta minutos para que este "mando superior" levantara el dedo divino y diera la orden de abrir. Fuera de las vallas, la gente esperaba entrar por el otro acceso, por la calle de Madero, ya que hasta esa hora era el único que se iba a permitir. Por supuesto que todo esto provocó el gran tumulto, la desorganización y los conatos de bronca. Baste este dato: en el acceso de 16 de septiembre llenamos tres cajas (estas que se usan para archivo muerto) con registros; en Madero se llenaron alrededor de quince. Cuando nos ordenaron cerrar el acceso, a eso de las cinco y media, que porque ya no cabían más, invitamos a la gente a que siguiera la fila hasta que lograra entrar por Madero. Entonces los participantes que esperaban entrar, aunque algunos visiblemente molestos, acataron la disposición y continuaron su camino por la calle de Palma. Y ahí vino otro problema, porque Madero se cerró hasta las seis y media, con los consabidos jaloneos, gritos, golpes incluso, una oficial lesionada y la gran decepción de la gente que no entró.
Y todo porque no hubo a tiempo la orden de abrir el acceso de 16 de septiembre.

Aparte de todo esto, debo decir, emocionado, orgulloso y feliz, que la gente que se desnudó en la plancha del Zócalo fue quien salvó el día. Su disposición, paciencia, participación y voluntad hizo que todo funcionara a las mil maravillas. Había de todo, sin exagerar. Muchos jóvenes, sí, pero hubo ancianos, personas con capacidades diferentes, indigentes (me toco registrar a uno), mujeres embarazadas, extranjeros (vi tres japoneses, sin cámara), personas en ropa interior, algunos sólo con bata de baño, los que venían de la fiesta, amigos, parejas hetero y homo, flacos, gordos, chaparros, feos, guapos, etc. De todo, como en botica.

Me tocó ver la instalación desde el 6° piso del hotel Majestic, que está en la esquina de Madero, en una habitación destinada exclusivamente para hacer el conteo de los registros que se entregaron. Desde ahí pude observar la espera, larga, de los que entraron temprano, la inquietud de los que llegaron al final, las filas en los baños (se veían escenas apocalípticas en los Sanirent) y el gran momento en que Spencer Tunick dió la orden, que para algunos más bien fue como soltarles la cuerda, para que se desnudaran. Después todo fue fiesta, libertad, y un gran orden. La gente participó en una gran manifestación libre de prejuicios y morbo. Sensacional, de lo mejor que he vivido. Para los modelos, mi respeto y admiración, hasta envidia.

Contamos 16,546 registros y llenamos tres cajas de basura. Algunos, con miedo de no entrar por no tener registro, entregaron cualquier papel a la entrada, hasta recetas médicas. Por eso no se tendrá la cifra exacta de los participantes, pero es lo de menos. El zócalo se veía hermoso.

Spencer Tunick ya tiene su material. Puede estar satisfecho. Nosotros nos quedamos con la libertad, para algunos tan anhelada, en una ciudad que tiene que despertar y dar la cara en la lucha contra la represión, la intolerancia, la ultraderecha radical, los prejuicios sexuales y la ignorancia.
Y conste que no he dicho nada del arte, porque eso es harina de otro costal.

Por todo ello, ¡salud!

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La Jornada
El Universal
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